Segunda parte. El Gran Alboroto. Objetivo: conocer y visibilizar todos los efectos nocivos de la liberación del dióxido de carbono a la atmósfera.
El nombre de esta sección se debe a la forma en como la sociedad está reaccionando cada vez con más frecuencia e intensidad ante los estragos producto del cambio climático, principalmente contra los gobiernos y contra las grandes industrias.
Las plantas marinas y terrestres son el único recurso existente para absorber y capturar el CO₂ de la atmósfera, pero a diferencia de hace millones de años, la contaminación de los océanos y la deforestación en los continentes están fuera de control y acabando con la población de plantas a una escala desproporcionada con relación a la cantidad de CO₂ que se libera todos los años a la atmósfera, la cual se mide en cifras astronómicas: 30.000.000.000 de toneladas por año.
Los invernaderos tienen un techo que deja pasar la luz del sol, la cual calienta todo el interior, el cual a su vez genera otro tipo de calor que no traspasa el techo, sino que se acumula dentro de la instalación. Este fenómeno se conoce como “efecto invernadero” y es exactamente lo mismo que está pasando en la biosfera de nuestro planeta.
La liberación hacia la atmósfera del CO₂ producto de la combustión de los combustibles fósiles, crea una especie de nube invisible que absorbe y acumula el calor, haciendo que la temperatura aumente, motivo por el cual el CO₂ se cataloga como un gas de efecto invernadero o simplemente GEI.
Otros gases de efecto invernadero mucho más nocivos son el metano (CH4) producto de la cría de animales domésticos, el óxido nitroso (N2O) que liberan los fertilizantes que se aplican a las plantaciones y huertas, y del hexafluoruro de azufre (SF6), mucho más nocivo que todos los demás juntos, contenido en los equipos de conducción eléctrica.
Y aunque parezca contradictorio, el inofensivo vapor del agua (H₂O) también se considera un gas de efecto invernadero capaz de atrapar y almacenar el calor del sol.
Aunque hace un par de décadas se dudaba que había una relación directa entre los gases de efecto invernadero y el cambio climático, hoy día está más que demostrado que los miles de millones de toneladas de esos gases que se han venido acumulando desde hace poco más de 100 años, han provocado un aumento en la temperatura promedio de más de 1 grado Celsio.
Aunque 1 grado adicional en la temperatura pareciera un aumento insignificante, ha sido suficiente para alterar el delicado equilibrio meteorológico de nuestro planeta y provocar un verdadero caos cuyas manifestaciones han superado los pronósticos científicos más pesimistas.
No hay región, país o isla del mundo que no se esté viendo severamente afectada por uno o más de los efectos del cambio climático: aumento de la temperatura, acidificación del suelo y del agua, derretimiento de los casquetes polares y los glaciares, contaminación ambiental, aumento del nivel del mar, intensificación de los huracanes y tifones, incendios forestales, desertificación de zonas agrícolas, etc.
Solo en Costa Rica, en marzo del presente año, los ciudadanos vimos con horror cómo el Lago Arenal, el mayor embalse hidroeléctrico del país, se secó tanto por el aumento de la temperatura que por primera vez quedó al descubierto un cementerio que había estado sumergido desde que el proyecto se inauguró hace más de medio siglo.
Pocos meses después, muy cerca del sitio anterior, docenas de hectáreas de bosques vírgenes de uno de los más grandes e importantes parques nacionales, fueron destruidas por un derrumbe producto de la alteración en el normal patrón de lluvias, pues ahora en un solo día, llueve la misma cantidad de agua que hace pocos años caía en una semana. No hay terreno, camino, río, costa ni bosque que aguante esta clase de fenómeno.
Ni los hombres de ciencia, más pesimistas, imaginaron, jamás, que las lluvias se convertiría en una de las causas de la destrucción de los bosques tropicales.
Manuel Víquez Carazo. Director de Biodiversidad, La Marta Refugio de Vida Silvestre.